Secreto familiar
Fátima González
Comisión 05, Santiago Castellano
Modalidad: individual
Escritura primera
Consigna: Contar el secreto de esa historia desde un narrador lateral, incluir algún diálogo del diario. Incluir un objeto raro que me ayude a linkear otro núcleo narrativo.
Liza
Fátima González
Comisión 05, Santiago Castellano
Modalidad: Individual
Escritura primera
Consigna: Contar el secreto de esa historia desde un narrador lateral, incluir algún diálogo del diario. Incluir un objeto raro que me ayude a vincular otro núcleo narrativo.
Liza
Ese día nos despertamos temprano con la familia para ir a visitarlos: la familia de mi esposo.
Normalmente intento adoptar una actitud mucho más compasiva y abierta con cualquier miembro, pero puedo asegurar que, con algunos, ejercito mi paciencia de una manera casi sobrenatural.
—Mi sobrina llega de España —escuché decir a mi cuñada.
Las voces corrían en esa familia: advertían, comentaban, describían. Total, ninguno se atrevía a contar su propia historia o sus desgracias; preferían relatar las de los demás. Era mucho más fácil así. Uno no se sentía tan culpable.
¿Acaso yo quedaba fuera? Por supuesto que no. Esa era la dinámica de las reuniones, si no, ¿de qué se hablaría?
Llegó el día. El encuentro iba a ser por la noche, una cena familiar, no mucho más. Nos alistamos y fuimos. No llegamos muy temprano porque no me gustaba que mis hijos y yo estuviéramos tanto tiempo. Además, resultaba muy agotador: mucha gente, mucha charla.
Llegó mi sobrina y fuimos a recibirla. Parecía contenta, un poco preocupada quizás, pero nada fuera de lo común; la incomodidad en un encuentro familiar en esta familia no era una actitud novedosa.
Liza llegó con una amiga. Muy linda y educada. Había venido con ella desde España. Las miradas y los comentarios ya circulaban.
Empezamos a preparar la comida y la mesa para la cena. Todo estaba impecable: la música, el proyector… Probablemente harían karaoke, como de costumbre. Los niños jugaban. Todo transcurría como se esperaba.
En la mesa, ya sentadas, Liza y su amiga se toman de las manos.
Silencio. Todas las miradas se posan en esa escena. Nunca hubo tanto silencio en una cena familiar. Me di cuenta de la situación y decidí sacar un tema de conversación, preguntando a mi sobrina por la carrera de la que se recibiría en unos meses. Ella comentó al respecto, pero, aun así, el silencio seguía presente, constante, como si ninguna voz pudiera romperlo. Era punzante, y lastimaba.
Nilda, la esposa de mi cuñado, decidió hacer un brindis, como siempre. A veces hacían una oración, y la “mamá grande” la lideraba. Así le decían a la hermana mayor de mi esposo.
—Gracias a todos por venir —dijo—Siempre voy a repetir que soy bendecida por tenerlos de familia. No hay nada mejor que tener una familia unida, una familia de Dios—.
Interrumpe mi cuñada que casi nunca habla:
—Retomo lo que dijo mi cuñada, y realmente agradezco que seamos parte de una familia amorosa, una familia como debe ser. Es decir, la familia diseñada por Dios: mamá, papá y los hijos. A veces no está de más recordarlo —acota.
Ya todos sabíamos a qué venía aquello. Decido interrumpir, justo cuando ambas, Liza y su novia, se levantan de la mesa.
Lo diferente se notaba en una familia atada a sus propios ideales. La diversidad era vista como una amenaza, y la religión, como el medio.
Nunca más oí que su novia hubiese vuelto. Y, por su parte, mi sobrina regresó a España, a su morada de libertad
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